La feria de ARCO
La trigésimo tercera edición de Arco, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, tan alejada de aquel lugar de encuentro festivo y social al que acudía en masa un público variopinto, incluido los detractores del arte contemporáneo, como distante de aquel evento cultural que reunía a los degustadores del género y sus adláteres, cifro años ochenta y noventa, es cada vez más la feria comercial o mercado de venta de arte que quiso ser y no es, simplemente porque en España no hay un coleccionismo suficientemente firme y estable en pasión, criterio y dinero como para sostener un evento en cuyo éxito radica su fracaso, como bien expuso Freud en su célebre texto «Los que fracasan al triunfar» (1916), esto es, de «un deseo profundamente fundado y largamente acariciado», donde la fantasía se hace realidad en clave de derrota.
Si el déficit de formación y de compromiso cultural de la sociedad española ha forjado un coleccionismo volátil (RAE, 3ª y 4ª acepción) –reflejado en el humor gráfico de El Roto, quien en una de sus viñetas sobre Arco muestra a un hombre anuncio con dos cartelones con el eslogan «compro arte», tan solo superado por la boutade de la galerista Helga de Alvear que quiso proponer a sus clientes que compraran directamente a los artistas–, y cuya maxima aspiración consiste en acumular obras pensando en montar su futuro museo, esperar impacientes el clímax de su revalorización, o comprar firmas extranjeras a ser posible con tres nombres chinos incluidos en nómina, cabe esperar que el espanto pulsional, la hemorragia emocinal y la murria racional que provoca esta feria de vanidades y de diplomados por Yvorypress sea el principio del fin de su supuesta inmortalidad.
Para los asiduos a la feria de Arco, y digamos también incondicionales, la ciclogénesis de la banalidad en nada empece nuestros ánimos, asidos a la maxima de que «el tiempo también pinta» (Francisco de Goyadixit) –pues decanta y regula el mercado, y es bueno que convivan lo bueno con lo regular y lo malo, el museo con el muladar–, conscientes de que el arte es un combustible infinito, y Arco un mapamundi generoso donde se expresa el entusiasmo de un sector que agrupa a artistas, galeristas, críticos, directores de museos y demás, como ágora o espacio de aprendizaje y mestizaje, de convivencia e intercambio, donde sabe que el arte y el mundo del arte no concilian por defecto, sino por exceso. El buen coleccionista, como parte imprescindible e indisociable del proceso creativo (léase al luminoso Marcel Duchamp), sabe bien que más allá de ferias y eventos su impulso creativo está siempre alerta y expectante para el encuentro con la próxima gran obra de un nuevo artista.
- Carretero, Marcos, Castro y Lacruz
- Equipo crónica y Equipo realidad
- PICASSO, Rogelio López Cuenca
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