El Museo de la Universidad de Navarra

 

«Los museos de verdad son los sitios en los que el tiempo se transforma en espacio».

Orhan Pamuk

 

El 22 de enero de 1015 se inauguró el Museo Universidad de Navarra, sito en el campus de la ciudad universitaria del Opus Dei de Pamplona. El edificio de Rafael Moneo (Tudela, 1937) –antiguo colaborador de Saenz de Oiza y de Jorn Utzon, y premio Pritzker de Arquitectura en 1996–, contundente y majestuoso al mismo tiempo, se presenta sin solución de continuidad con otros de sus cofres de hormigón visto, dentro de la secuencia natural de su trabajo ejercitado en la armonía de los volúmenes y la pureza de líneas, siempre con su permanente voluntad de no levantar la voz –la queda voz de su autor– para no ofender al paisaje. Recorrerlo infunde aromas a santuario laico vencido a balneario. Torpe y pretencioso sería decir que es un edificio silente, porque en estos prolegómenos del siglo XXI, habla en voz alta en la jurisdicción del Arte, semihundido en la tierra y asomando la cabeza como el perro de su admirado Goya.

 

 

El continente ofrece un contenido desdoblado: de una parte, la obra del fotógrafo José Ortiz-Echagüe –ingeniero y militar, fundador de Seat y miembro del Opus Dei– que donó sus fondos a la Universidad de Navarra en 1981, autor que está considerado como un egregio representante del pictorialismo fotográfico, con su famosa fotografía Siroco del Sahara(1965) como estandarte; de otra, el legado de María Josefa Huarte –cuya familia financió los Encuentros de Pamplona del 72–, cuya colección alberga un conjunto de obras cuya núcleo principal se resume en Jorge Oteiza, Pablo Palazuelo y Antoni Tàpies, aglutina importantes obras de Manuel Millares, Luis Feito y Gerardo Rueda, y se completa con un pequeño hierro de Chillida, un mínimo Kandinsky, un Picasso tardío y un papel marouflé de Rothko como obra emblemática de una colección donada en 2008.

 

 

Añado que tuve el honor de conocer el edificio (justo a mitad de obra, cuando las salas de exposiciones mostraban sus diáfanos muros de hormigón a cielo abierto), de la mano de mi apreciado Manolo Blasco, y acompañado por el rector y todo su equipo directivo, con Manuel López-Remiro al frente, en una grata jornada por el impecable trato dispensado, cuando negocié en el rectorado –en calidad de copropietario y director artístico– la posible incorporación de la parte de Mariano Yera de la colección De Pictura al nonato museo. Antes tuve la delicadeza de ejercer de anfitrión en Zaragoza con el futuro director del museo, y sus asesores, Valentín Vallhonrat y Rafael Levenfeld (y más tarde simpaticé con el peculiar Fernando Pagola). Por este tiempo disolví la colección De Pictura con este último asunto en marcha, y aunque es obvio su final, me quedé con la duda de su desarrollo, pues me desvinculé justo cuando no me pareció bien que un incondicional seguidor de Kiko Arguello quisiera meter un caballo de Troya en el vientre de Moneo. Palabra de ateo.



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