Equipo Realidad. Obra Gráfica
La imagen de la realidad del Equipo Realidad
I
Lo que nos interesa no es la realidad, sino su imagen.
Equipo Realidad
La actividad pictórica del Equipo Realidad –formado por Jorge Ballester (Valencia 1941–2014) y Juan Cardells (Valencia, 1948), efectiva durante una década –entre 1966 y 1976–, participa dentro de la tendencia figurativa del denominado realismo crítico que a mediados de la década de los sesenta surge cargada de denuncia social y de compromiso político frente a la dictadura franquista, tratando de mostrar la distancia entre la España real y la España oficial. El Equipo Realidad toma como ennemi à battre el capitalismo y su deriva: el «modelo de comportamiento oficial» propuesto por la sociedad de consumo, a modo de relato legitimador de la vida. Aboga por el trabajo en equipo, centrando su foco de atención en la imagen fotográfica de la vida cotidiana (el hogar, el ropaje, el retrato, la historia de la Guerra Civil…), difundida o perpetuada por los mass media, incorporando en su repertorio temático los objetos y asuntos de la cultura de masas (la violencia social, la represión política, la guerra, la mujer objeto, etc.), para interrogar sus significado mediante la apropiación y la recontextualización de sus imágenes. Su divisa: «lo que nos interesa no es la realidad, sino su imagen». Las soluciones visuales de su pintura se crean a partir de fotografías de catálogos, libros y revistas, se articulan con el recurso a la parodia, la ironía y el distanciamiento, e incorporan estilemas del feísmo, de lo absurdo y surreal, así como de la simulación fotográfica de la imagen, con intención política y testimonial, siempre más en clave pictórica que panfletaria. Pintura, con mensaje pero sin concesiones.
La imagen de la realidad está implícita en la realidad misma, siendo a su vez explícita, por lo que escapa a toda posible captura objetiva. Paradoja insoluble, por su naturaleza subjetiva, que anima a abandonar todo proyecto totalizador, abarcativo y, por ende, omnicomprensivo de la realidad misma. La realidad humana es ilusional; una ilusión que opera desde la infancia por el mediador materno (la estructura básica: la díada madre-hijo), cuyo proceso de individuación propende desde lo más subjetivo hacia a un progresivo incremento de objetividad. «El bebé –dice Winnicott– crea el pecho, a la madre y al mundo». Y la madre, con su adaptación activa, procede a desilusionar gradualmente al bebé para que los objetos de la realidad pasen a tener existencia propia. Esta necesaria experiencia de ilusión/desilusión inaugura en el bebé el concepto de realidad externa. O mejor: el balance entre su realidad interna y la realidad externa, mientras que, en su extremo más grave, el fracaso del proceso de desilusión determina la dislocación por la que el objeto pasa a ser alucinado. Para el abordaje de la realidad se precisa de un marco de referencia, cuyos elementos invariantes son: el sujeto, el objeto y su contexto. Pero lo determinante es que no se agota en el estudio de las partes, sino en la acción (o actuación) del sujeto en relación al objeto en un contexto dado. El individuo no es (sobretodo) pensamientos o ideas, sino acciones o conductas, como ejercicio responsable de sus actos. En puridad, como establece Castilla del Pino en relación a la conducta humana y a través de su mediador principal, el lenguaje, «todo acto de habla es predicado del hablante». Desde ahí funciona el lenguaje: con registros como «realidad interna», «realidad externa», «interpretación de la realidad» o «sentido de realidad», todos ellos elementos discursivos del proceso de subjetivación del individuo humano.
El alcance de los registros del lenguaje informa del babel de la comunicación humana, pues la confusión es inherente al proceso dialéctico objetivo/subjetivo que se da en todo encuentro humano. Hablemos de la realidad fáctica, de la identidad o del self del sujeto. De la realidad y su imagen; o de la dupla verdadero y falso self, en términos más winnicottianos. Baciyelmo cervantino que traduce Clarice Lispector en su obra literaria Los espejos: «¿Qué es un espejo? Es el único objeto inventado que es natural». Fórmula que aventura un espacio intermedio (a la vez inventado y natural, dice Lispector), y que Winnicott resuelve en su concepto primordial de espacio transicional. Lugar o área que este pediatra y psicoanalista inglés define como un espacio potencial entre el sujeto y el objeto –o también: entre el autor de este texto y el lector–, a modo de un puente que la madre y el niño construyen para que el infans cruce la senda de la propia subjetividad hasta la realidad objetiva compartida. Esta reunión fecunda y su representación simbólica, que tiene lugar en el espacio transicional, es el camino por el que el artista construye su identidad, en un proceso en el que se aúna el pasado con el presente, la tradición con lo nuevo, el sujeto con el objeto. Un espacio que no es totalmente externo ni interno (ni tuyo ni mío), sino un espacio compartido, de construcción común, en el que se acepta la paradoja como un fertilizante del psiquismo, como riqueza psíquica. Lo que, en última instancia, remite al espejo de Lewis Carrol, no como superficie reflectante o contenedor de imágenes, sino como propuesta creativa para acceder a nuevos espacios de conocimiento (A través del espejo…) que, indefectiblemente, participan de ese movimiento o transición entre lo propio y lo ajeno, entre la vigilia y el sueño, entre lo extraño y lo familiar. (Algo acorde con el Unheimlich freudiano: la inquietante extrañeza, por ajeno y familiar a la vez). De ello nos habla el Equipo Realidad en su pintura, pues, «lo que nos interesa no es la realidad, sino su imagen».
Solidario con lo anterior cabe inferir que la singularidad de la pintura del Equipo Realidad opera como una suerte de telón de boca de la realidad cotidiana en la España de los sesenta, que sirve para desvelar el «modelo de comportamiento oficial» propuesto por la sociedad de consumo, tan suyo y tan nuestro a la vez, y que marca a fuego de hierro rusiente en la piel rosada de la actualidad lo intemporal de su lenguaje. Un lenguaje pictórico inscrito en el realismo crítico de los sesenta, pleno de compromiso social y de denuncia política, explícito y sin concesiones, radical en sus soluciones visuales al articularse con ingredientes como la parodia y la ironía, lo absurdo y lo surreal, la distorsión fotográfica y el feísmo (deriva iniciada por Eduardo Arroyo), con los que cuestionan mitos, tópicos y lugares comunes, en un arco de tensión que abarca desde las conciencias bien pensantes hasta el mercado del arte. Algo que les conduce al aislamiento y al ostracismo, marginados por el mundo del arte (colegas y críticos) y por el mercado del arte (galerías y coleccionistas), sin eludir su propia actitud de marginalidad autoimpuesta para no ser fácilmente fagocitados por todo aquello que va más allá del hecho pictórico propiamente dicho. En suma: una pintura sin concesiones, donde la actitud pugnaz de su propuesta pictórica prefigura las huella de una sociedad dócil, domesticada y genuflexa frente al relato oficial erigido en discurso de salvación y, por tanto, aparentemente legitimador de nuestras vidas.
En su propuesta, Jorge Ballester y Juan Cardells, a rebufo de la tradición de los grupos artísticos (Pórtico, Dau al set, El Paso, Equipo 57…), y dentro de unas coordenadas socio-políticas de intervención plástica contra la dictadura (representada en esencia por la connivencia del poder franquista y de la iglesia católica), al calor de una generación de artistas valencianos que se adhieren al realismo crítico, deciden formar un equipo de trabajo a partir de la denominada Crónica de la Realidad establecida por Vicente Aguilera Cerni. Rafael Solbes y Manolo Valdés (y efímeramente Juan Antonio Toledo, que también coopera con el Equipo Realidad) pasan a llamarse Equipo Crónica; y Jorge Ballester y Juan Cardells, Equipo Realidad, pues sobre la realidad de su época cifran sus intereses vitales y pictóricos. Unos y otros parten de presupuestos comunes como el trabajo en equipo, la abolición del subjetivismo pictórico, la repulsa del creador como genius loci, la crítica social y el compromiso político, mediante la pintura de denuncia, las tintas planas, el interés por el cartelismo y su lenguaje directo, pugnaces con el capitalismo altivo y la sociedad de consumo, y afines a los teóricos marxistas y sus postulados políticos. (Basta encartar la idea del sometimiento coercitivo, en el que se obedece por miedo; o el más sofisticado de la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie, retomado por Antonio Gramsci, donde se debate un recurrente Campo de Agramante en la relación dominación/servidumbre, donde el común acepta el orden establecido como si, en el fondo, hubiera una secreta convicción que le hace pensar que las cosas son, en sí, como dicta el poder y que, por tanto, no pueden ser de otro modo). Modos de perversión del comportamiento humano y del lenguaje (fundamentalmente visual en su caso) que interesan a Ballester y Cardells, y su cuño plástico, Equipo Realidad. En su alcance se interesan más que por la realidad, por su imagen.
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