Jorge Ballester, in memoriam
Escribo este obituario espoleado por la rabia, el dolor y el cariño entremezclados ante la pérdida de Jorge Ballester, JB, mi amigo del alma. Y lo hago con la péñola trémula, el gesto enhebrado y los ojos tintados en lágrima de luto, mientras giran en un tiovivo multicolor los invariantes de su fecunda personalidad: su plena vitalidad ante la vida, su incorruptible sentido de la ética, su permanente compromiso humano, su indomable sentido de la estética y, least but not list, su lucidez como artista, o mejor, como Hartista. Pues Jorge fue un artista harto de las imposturas y naderías del proceloso mundillo del arte: «Me gusta pintar pero no ser pintor. Los condicionamientos del mercado rebajan las virtudes de una obra porque siempre se enfoca a la venta y al éxito, que son dos palabra que me provocan rechazo. El éxito y la fama hacen a la gente estúpida, y al producto también», dijo. Su precurso, Marcel Duchamp, escribió –claro y contundente– a Henri-Pierre Roché: «Tengo cada vez menos ganas de hacer de vendedor ambulante y de prestarme al juegecito parisino (y neoyorkino) de la bolsa del arte». Jorge Ballester fue un hombre de insobornable trayectoria y un continuo infractor de los modales del arte: primero con su adscripción al feísmo, del que fue adalid y pintor señero; luego con su eterno desplante al mercadeo del arte, resistiéndose a su ínfulas y manejos; y, finalmente, con su última obra, tan inquietante como la primera, donde renovó su sempiterno humor, el nervio y la ironía. A una carta que le escribí con motivo de su exposición en La Nau de la Universidad de Valencia en 2011, me contestó con un gran vidrio duchampiano: «Gracias, Javier. Va por tí: ¡Un JB, con hielo!».
En Fertilizaciones cruzadas anoté: «Recordarás que te presentaste vestido de blanco –me pareció que de blanco titanio, como el título de uno de los célebre cuadros que el pugnaz Eduardo Arroyo pintó sobre Winston Churchill en sus mejores años–, color que a su vez se ofrecía sin solución de continuidad con tu mostacho y patillas, que viraban un poco más hacia el blanco de plata y que daban cuenta, inequívocamente, de que estaba ante un hombre de la pintura. Lo hiciste con tu cadencia vital de pincel pausado, con tu bonhomía habitual y con tu característica señal de identidad: con el excipiente del ingenio acoplado a tu destino. Observé también que tenías los ojos bañados en lágrima fina, tal vez por todo lo que ha pasado por ellos, incluídas las cornadas de espejo, esas cuya huella queda depositada en el rostro como un calendario que muestra todas la batallas como la de un solo día. Mas, infiero, tu inmensa ternura descarta cualquier revancha contra la vida, y el poso de melancolía de tu mirada ofrece el costado más valioso de tu persona: la de saber “aceptar y no disputar las paradojas” de la vida, que es lo que, en última instancia, otorga sabiduría y nos hace sentirnos más vivos y ser más reales. En suma: me recordaste,mutatis mutandis, querido Jorge, al anciano anónimo del dibujo de mi paisano don Francisco de Goya: a ese ser humano en edad provecta, de luengas barbas y larga cabellera, que camina apoyado sobre dos vacilantes muletas pero con una actitud de avance, de inquietud y de curiosidad, cuya firme disposición traza un gesto pleno de vida. Su título, que sin duda conoces, es toda una declaración de intenciones: Aún aprendo».
Hijo del escultor Antonio (Tonico) Ballester, y sobrino del fotomontador Josep Renau, dos referentes claves en el panorama artístico de la República y del período de las vanguardias españolas, además de ejemplos de compromiso social y político de la creación, siguió sus pasos artísticos y a su estela fundó junto a Juan Cardells el Equipo Realidad, cuya andadura pictórica comenzó en febrero de 1966, con el cuadroEntierro del estudiante Orgaz. Ambos se conocieron en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, de la que eran alumnos y participaron como representantes en el sindicato democrático de estudiantes frente al aparato franquista. A través de la Universidad contactaron con los artistas agrupados en Estampa Popular y con los teóricos e iniciadores de la tendencia «Crónica de la Realidad» (de la que surgieron dos apéndices naturales: el Equipo Crónica en 1964 y el Equipo Realidad en 1966), creada por Vicente Aguilera Cerni y animada por Tomás Llorens, que preconizaba el trabajo en equipo, la abolición del subjetivismo pictórico, la repulsa del creador como genius loci, la crítica social y el compromiso político, tratando de mostrar la distancia entre la España oficial y la España real. Su pintura partía de una apropiación del lenguaje visual del pop art, pero ejerciendo una acción crítica sobre la imagen, en el contexto socio-político de la dictadura: una corriente testimonial dentro del realismo crítico español. Su divisa: «Lo que nos interesa no es la realidad, sino su imagen». En su pintura planteaban una reflexión acerca del estatuto de las imágenes visuales en la sociedad moderna de masas: «Para nosotros el sujeto no es el objeto únicamente, sino su imagen convencional. Además, intentamos retratar el convencionalismo gráfico que da la medida cultural significativa del hombre tipo propuesto por los sectores dominantes de nuestra sociedad». Su actividad la realizan dentro del contexto del desarrollismo español de los sesenta, plasmando una pintura de acento crítico y aguzada ironía, incidiendo en la propuesta del «modelo de comportamiento oficial» de la sociedad vigente hasta el fin de la dictadura.
Después de ese primer ciclo de trabajo en el Equipo Realidad Jorge Ballester reinventó de nuevo el Equipo Realidad (sin perder su nom à plume), junto al fotógrafo Enrique Carrazoni. En el paso de la dictadura a la Transición quiso rendir testimonio de testigo directo de una época en la que el alcaloide de los pactos, acuerdos, consensos y demás zarandajas políticas dejaba indemnes a muchos de los personajes –y sus fechorías– del más abyecto franquismo. Luego, sin dejar la pintura, se distanció aún más del mercado del arte, hasta que en 2011 decidió mostrar su trabajo silente pero tan pugnaz como sus primeras obras. Lo hizo en La Nau de la Universidad de Valencia, y, más tarde, en la galería Punto de Valencia, en 2013. En el ínterin, participó y asistió a las exposiciones del Equipo Realidad que organicé en Pamplona en 2004 y Valencia en 2012 sobre el Equipo Realidad y su contribución (con sus hilarantes «peoras») fue decisiva para la monografía que escribí sobre el equipo: Equipo realidad. 1966-1976 (Mira editores, Zaragoza, 2006), obra presentada en el IVAM de Valencia. Fruto de nuestra amistad realizó la portad de mi libro sobre el psicoanalista Donald Winnicott y posteriormente pintó su retrato, su ultimo cuadro. Jorge Ballester fue feliz al ver colgado en la colección permanente del MNCARS el cuadro 86 misses en traje de Baños (1968), ese gran tríptico que traje de Milán y que quise que recalara en mi segunda casa. Las 86 misses…, junto al cuadro Pim, pam, pum! de Equipo Crónica y los Cuatro dictadores del mejor Arroyo, vigilados por unEspectador de espectadores, comparten sala. Jorge Ballester fue un artista sin voluntad de estilo, porque, como dijo Joyce, «el estilo es el límite del artista». El estilo de JB nunca fue un límite para la amistad, también en eso fue irreductible. Eterno.
- Presentación del libro Equipo Realidad. 1966-1976, IVAM, Valencia, 8.11.06
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