Manuel Viola, pintor ascensivo

El 2 de julio de 2014 se presentó en el teatro Principal de Zaragoza el libro Manuel Viola. Entre la luz y la tiniebla (Ed. Cierzo, Zaragoza, 2014), en un diálogo entre el autor, Javier Lacruz –psiquiatra y coleccionista de arte contemporáneo–, y Antón Castro –escritor y periodista, premio Nacional de Periodismo Cultural 2013–, ambos cómplices en la tarea de divulgación cultural, en particular de una tierra, Aragón, en la que, como decía el propio Manuel Viola, «presumen de burros». (Tal vez anticipando su propio olvido y, lo que es peor, la desatención selectiva a su persona y su obra). En la presentación se habló de su vida de sempiterno nómada y aventurero de sí mismo, de su gran formación intelectual, de la riqueza de sus poemas surrealistas, de su gran calidad como pintor informalista y, sobre todo, de su calidad humana. En el escenario se mostraron dos de sus cuadros más importantes –La saeta (1958) y Semana Santa (1960)–, y se proyectó un video con fotos de su vida y cuadros de sus diversas etapas pictóricas. Como colofón, el gran cantaor Tumbaito cantó La saeta de Antonio Machado, plantado ante el cuadro en un estatuario torero y con voz jonda –firme, límpida y a compás–, provocando en el auditorio un incondicional aplauso con el que finalizó el acto.  Un emotivo  homenaje a Manuel Viola.

La de Manuel Viola, para quien no lo conozca, fue una vocación precoz hacia la vida. Sus influencias fueron muchas y muy diversas, tanto literarias como artísticas, pero sobre todo vitales, pues Viola siempre entendió como indisolubles el arte y la vida. Lo dijo de manera precisa su amigo Picabia: «Si un día Viola tiene a la vez una cita con la vida y con un cuadro, se irá siempre con la vida». La querencia natural de Viola estuvo aunada por su carácter decidido, inquieto y pasional, por la firme influencia libertaria de su padre y por la sólida formación intelectual recibida de sus tías, en una época tejida por la solidaridad, el compromiso y la camaradería que, como buen compañero de viaje, ejerció más como revolucionario moral, como poeta de filiación surrealista, que como combatiente de acción, como soldado. (Primero como miliciano en el POUM durante la Guerra Civil, y luego como legionario en la Legión Extranjera Francesa y como maquis en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial; sin olvidar que pasó por dos campos de concentración en Francia). La primera parte de su vida pasó por el filtro del surrealismo –el catalizador que impregnó la vida cotidiana–, metabolizada por Rimbaud: «Acabé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu», y enclavijada en el aserto de Artaud: «No tengo más que una ocupación: volverme a hacer», que tradujo con su habitual franqueza diciendo: «Yo siempre he hecho en la vida lo que me ha dado la real gana», lema que practicó con absoluto rigor durante el segundo tramo de su existencia. Y esto aderezado por el cante y el baile de sabor gitano, que conoció en su infancia y que vivió en su madurez, atributos telúricos que dieron horma a su sencillez, desprendimiento y bonhomía; y a su arte, esto es, por el flamenco, y un nombre: Manolo Caracol. En síntesis, un Viola explosivo mezcla de gitanismo, anarquismo y surrealismo, arrebatado y genial, de relato inaprensible. En su caso, las claves de su personalidad se resumen en que, además de ser un hombre tierno, generoso al extremo y de gran humor, fue un alocado (un «maracas», en su propia expresión), pues su vida transitó por la senda de Charlot, como cuando en Tiempos modernos recoge del suelo y airea una baliza roja y de forma inconsciente encabeza una manifestación proletaria.

La de Manuel Viola fue una vocación tardía hacia la pintura: a los 28 años pintó su primer cuadro y a los 37 realizó su primera exposición individual. Tanto en su pintura, como en su vida, se alistó en muchos frentes y participó en muchas batallas de la pintura: en su juventud, en los años treinta, transitó el dibujo, la poética y la crítica de arte ( en la exposición del Logicofobismo de la garría Catalònia de Barcelona) dentro de una filiación surrealista, por lo que a los veinte años, Viola ya tenía un bagaje artístico notable dentro de la llamada «vanguardia histórica»; y cuando comenzó a pintar –en pleno maquis: bajo los estallidos de las bombas, a la luz de los morteros– miró con atención a Klee y también a Cézanne y Van Gogh; luego estuvo en el heteróclito grupo de artistas españoles de la escuela de París, con Domínguez, Flores, Clavé, Condoy y otros; mediados los cincuenta se adhirió a la abstractión lyrique francesa, al tachisme, junto a Hartung, Mathieu, Soulages y Schneider, sin olvidar a su amigo Vedova…, como buen colorista que era; y más tarde, ya en la plenitud de sus recursos propios, tras pintar el cuadro La saeta (1958), alcanzó su seña de identidad en el informalismo de «veta brava» dentro del grupo El Paso. La pintura de Viola se situó en las coordenadas de la tensión dialéctica de los contrarios, del azar promiscuo, buscando siempre lo instantáneo y fugaz, el alarde de lo sencillo, el hallazgo de lo vivido. En los meandros de su evolución pictórica tuvo un curioso itinerario: pasó de ser el miembro más joven de la escuela de París a ser el mayor del grupo El Paso. Pero a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, nunca anduvo con prisas por «hacer currículum», ni con urgencias por posicionarse en los escalafones del arte; y sin embargo, sin hacer ruido, sin vocación de exponer o de figurar, llegó a ser uno de los primeros pintores abstractos españoles y uno de los más importantes pintores informalistas de España.

 

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4 Comentarios.
  • Alejandro Viola

    2 octubre, 2014 at 14:09 Responder

    muchas gracias, es emocionante encontrar hogueras cálidas y vivas por internet

    • Javier Lacruz

      4 abril, 2015 at 21:06 Responder

      Gracias a usted, Alejandro. Disculpe mi tardanza, hasta que he podido acceder al sistema.
      Un abrazo. Javier Lacruz.

  • Demetri Villar

    22 enero, 2015 at 12:24 Responder

    Manuel Viola, osea José Viola, cuando regresso de Francia, vivio una temporada en La Coromina de Cardona, en casa de sus ties Dª Sebastiana Marfagón Balagueró i Dª Carmen.
    Dª Sebastiana ejercio durante 15 años de Maestra Nacional en la Coromina, falleció el 6 de Mayo de 1956 a la edad de 58 años. El recordatorio : Sus apenados, hermana Carmen, Vda;
    de Portell; prima hermana Antonia Viola; sobrinos Juan Portell, José Viola; Antonia Sauret y Lorenza Yché.

    • Javier Lacruz

      4 abril, 2015 at 21:22 Responder

      Gracias Demetri, por su valiosa información. Empero, recientemente adquirí un cuadro de Viola, Arlequín con gallo (1949), en el que en su reverso figura la siguiente leyenda: «Este cuadro lo pinté en Cardona (…) para agenciarme dinero para enterrar a mi tía Sebastiana. Fue pintado en septiembre de 1949». no sé si usted podrá aclararme este enigma. Lamento no haber podido escribir antes. Un abrazo. Javier Lacruz

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